Adela acuna su
escuálido cuerpo en la butaca de rejilla, escuchando el tic tac incansable del
reloj del salón. Absorta ve pasar tras el ventanal las negras nubes cargadas
como panza de burra que amenazan con llover o nevar. De la vieja radio situada
en un rincón de la estancia se escapa la melodía de un arcaico villancico, esa
canción que tantas noches en Navidad había cantado toda la familia alrededor
del Belén que solían montar entre todos en el salón de casa. No puede evitar
que se le escape un suspiro de lo más profundo del pecho, al recordarlo. Con
apatía saca del bolsillo de su bata acolchada unas lapidadas cartulinas de
color sepia, las desliza entre sus huesudos dedos una y otra vez intentando
rememorar a las personas que aparecen en ellas, alrededor de una gran mesa una
noche de otra Navidad ya lejana. Por más que lo intenta Adela no consigue
recordar la fecha en que fue hecha esa fotografía, en la que aparecen todos:
sus hijos muy pequeños y ellos muy jóvenes, de lo que sí estaba segura es que
en aquella época eran muy felices. Ya habían pasado muchos años.
Adela dos horas
antes de la media noche, como cada 24 de Diciembre desde hace más de dos
décadas, abre la mesa del salón, pone sobre ella el mantel blanco bordado con
alegres dibujos navideños rojos y verdes, en el centro coloca un pascuelo de
terciopelo desvalijado por el paso de los años con una gruesa vela en el
centro. Alisa con ahínco el mantel con la mano para que no quede ni una sola
arruga. Despacio, con sumo cuidado para no tropezar, saca del viejo aparador de
dos piezas la vajilla de la Cartuja Sevillana que le regalaron cuando se casó.
Uno a uno va colocando simétricamente en perfecto orden cada uno de los platos,
copas, cubiertos… se para un instante para contemplar orgullosa como ha quedado
la mesa donde celebrará la cena de Navidad con sus seres queridos. Con paso
cansado, Adela se acerca hasta la ventana, sopla un fuerte viento del norte que
deja la calle desierta y oscura, iluminada tan solo por las miles de luces de
colores de las casas colindantes que con sus destellos anuncian la llegada del
Salvador.
De la Torre del
Cerro de la virgen se descuelgan doce campanadas. Con un gran nudo en la
garganta se retira de la ventana sin poder evitar que sus cansados ojos se
ahoguen en lágrimas.
-Creo que esta noche mis hijos no vendrán a
cenar…
Creado por:
Maruja Jiménez Galeote.
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