Seguidores

viernes, 26 de mayo de 2023

Y NO ESTABAS

Desperté en madrugada para mirarte, y no estabas. Toque' con mis manos las frías sábanas heladas , y no estabas. Camine' sin rumbo por la senda de la vida para encontrarte, y no estabas. Acaricie', abrase' y bese' tu fotografía, y no estabas. Abrí mi corazón maltrecho, y sí, ¡¡¡ Allí si estabas!!!

TARDE DE LLUVIA

Cuando inicie mi partida, no llores, no, escucharé tu llanto y no querré separarme de tu lado vida mía. Piensa en el tiempo que compartimos los dos, y en lo afortunados que fuimos.¡¡Cuanto amor nos regalamos ¡¡¡

viernes, 19 de mayo de 2023

UN ACTO DE COBARDIA

Cada día me miraba al espejo y me gustaba verme así: seductora, esbelta, resuelta. Me daba seguridad y poder. Impresionaba tanto a los hombres, que me admiraban y deseaban, como a las mujeres, que me envidiaban o me odiaban. Una de ellas era mi amiga Marta Gutiérrez (que no sabría decir si me admiraba u odiaba). Éramos amigas desde que estuvimos juntas primero en la guardería, luego en preescolar y más tarde, en el instituto; siempre estuvimos juntas, no hacíamos nada la una sin la otra, incluso nuestros padres eran íntimos amigos. —Me gustaría ser como tú —me decía a menudo desde su metro cincuenta de estatura, tras sus gafas de culo de vaso, su escasa melena y su cuerpo enclenque y mal formado. —Podrías ir al gimnasio de vez en cuando y hacerte algunos arreglitos. —Tú ya sabes que a mí el deporte y las clínicas de belleza me dan alergia — se excusaba con una mueca simulando una triste sonrisa. ¡Éramos tan diferentes en todo!: físicamente, en gustos, aficiones… A ella no le gustaba relacionarse mucho con la gente y cuando la llamaba para salir de fiesta siempre ponía una excusa para no ir; en cambio, yo siempre fui el centro de atención de cualquier reunión a la que asistíamos, “éramos como dos polos opuestos, la noche y el día… Ya hacía algunos años que no teníamos ningún contacto, desde que ella se fue a Sevilla a estudiar Arquitectura. Me había llamado por teléfono varias veces, pero no le había cogido la llamada; yo tenía otras amistades, otros grupos de amigos en los que ella no tenía cabida. Ese día me la encontré en Barcelona, junto a la parada del bus, por casualidad. Casi no la reconozco, ¡había cambiado muchísimo!, y después de una breve conversación quedamos para tomar una cerveza al día siguiente en la terraza de un bar del centro. Es cierto que no teníamos nada en común, pero también que nos queríamos mucho a pesar de todo, y pensé que teníamos muchas cosas que contarnos después de tanto tiempo sin saber la una de la otra. Era agradable volver a estar con ella, frente a frente, en aquel lugar, a esa hora de la tarde cuando el sol se oculta sin prisa entre las copas de los árboles. Hablamos durante bastante rato; una de las cosas que me dejó impresionada, entre otras muchas de las que me contó, fue que ya hacía un año que había terminado la carrera de arquitectura con unas notas magníficas, todas con notable, sobresaliente y algunas con matrícula de honor, y que la habían contratado en la misma Universidad en la que había estudiado, para impartir clases. La calle se encontraba desbordada por el gentío: madres con niños de la mano, parejas con bolsas de compra…, mientras yo la escuchaba absorta, a ella, que siempre fue tan poquita cosa. De pronto, los transeúntes empezaron a gritar y a correr despavoridos hacia nosotras. Una furgoneta blanca venía a toda velocidad por la avenida, subiéndose por las aceras, arrollando a todo el que se cruzaba en su camino. Casi a nuestra altura paró la maldita furgoneta y dos hombres vestidos de negro con gafas oscuras y un pasa- montañas se bajaron de ella con unos cuchillos de grandes dimensiones en las manos. Uno, el más alto, se abalanzó sobre una mujer que había caído al suelo y que intentaba levantarse con suma dificultad, dispuesto a matarla. Yo quedé paralizada, aterrada, no podía mover ni un solo músculo de mi cuerpo. Mi amiga Marta no se lo pensó ni un segundo, se fue hacia él y, con la silla en la que estaba sentada, le propinó un fuerte golpe en la espalda, lo que originó que el atacante se derrumbara, cayendo al suelo desvanecido y desarmado. La intervención de Marta proporcionó tiempo suficiente a la mujer para levantarse, y a otras muchas personas a salir corriendo y huir de aquel maldito infierno. Marta, sin embargo, al encontrarse de espaldas no pudo ver al otro hombre que, sin compasión, se arrojó sobre ella y le clavó el cuchillo varias veces, dejándola inerte sobre el frío suelo. ¿Y qué hice yo mientras tanto? ¿Intenté ayudar a mi amiga? ¿Le planté cara al terrorista?… Jamás me perdonaré la reacción de cobardía que me invadió en esos momentos, que primero me paralizó por completo y luego me impulsó a salir huyendo, dejando a Marta malherida, rodeada por la multitud, sobre un gran charco de sangre. Me paré un instante para detener mi huida. ¿Qué me estaba pasando, qué estaba haciendo? Una voz interior que salía desde lo más profundo de mi corazón me decía que volviese de nuevo a socorrerla. No la podía dejar allí tirada como un animal malherido. Era mi amiga y yo la quería. Al llegar a su lado, pasé mi brazo por debajo de su cabeza para incorporarla; al ver que era yo, en sus labios se dibujó una débil sonrisa, mientras unas lágrimas resbalaban por sus mejillas. Ella ya me había perdonado. Maruja J Galeote.
1º premio de relato.C.E.P.E.R. Mayo de 2023