Seguidores

viernes, 19 de marzo de 2021

MI TÍA MANUELA

Manuela, mi tía, era una mujer luchadora como la mayoría de su generación. Provenía de una familia numerosa y era la tercera de ocho hermanos, apenas pudo ir al colegio y le hubiese gustado asistir, y mucho, pero tenía que ayudar a su madre en casa y a criar a sus hermanos más pequeños. Cuando solo tenía catorce años de edad comenzó a trabajar en el sector de la aceituna para poder ayudar al sustento de la familia ya que eran muy pobres, el único que aportaba un sueldo a la familia era su padre que trabajaba en el campo, el día que no llovía. Comenzó su trabajo rellenando aceitunas con pimientos, en una de las fábricas más importantes de Utrera, y con el tiempo la fueron pasando a diferentes puestos: como el escogido y el pesado de la aceituna. En la década de los sesenta, las calles de Utrera se convertían en un hervidero de mujeres, un escenario en el que cada mañana todo las mujeres y también algunos hombres salían de sus casas en dirección a las diferentes fábricas. Muchas de las fabricantes llevaban a sus hijos pequeños en brazos, para dejarlos en casa de sus madres o con sus suegras, mientras ellas cumplían largas jornadas de trabajo. La mayoría de ellas se levantaban todos los días a las cinco de la mañana. Muchos días, en plena campaña, se alargaban las jornadas de trabajo por el aumento de los pedidos. No llegaban a casa hasta las nueve o diez de la noche. En la fábrica la comodidad era nula total. En las enormes naves todo era exterior y el techo de uralita, donde el frío en invierno y el calor en verano se hacía insoportable. Todas las fabricantes llevaban lo que llamaban la ‘copita’: era una lata grande de caballa en aceite vacía en la que ponían carbón para hacer una pequeña estufa y poder calentase, la ponían debajo de las mesas, y debajo de la cinta por donde pasaban las aceitunas, donde dieciséis mujeres, todas de pie sin ni siquiera poder levantar la vista: unas más jóvenes y otras menos. Era muy duro, durísimo, pero no había otra cosa. O eso, o trabajar en el campo. Había que subsistir y tenían que buscarse la vida como fuese. En Utrera con el tiempo fueron serrando una a una las fábricas en las que trabajaban tantas mujeres como mi tía. Los utreranos nunca podrán olvidar que toda una generación de mujeres luchó con uñas y dientes para poder salir de la miseria y precariedad que se vivía en los años 60. Con gran esfuerzo y sacrificio lo consiguieron la mayoría de ellas. Lo sacrificaron todo para que sus hijos no pasarán por lo que ellas habían pasado y pudiesen tener una buena preparación y con ello una vida más fácil. ¡¡¡Las fabricantes!!! Esas grandes mujeres. Entre ellas mi tía Manuela.

1 comentario:

  1. Está claro que los que se quejan ahora ( o nos quejamos) no valoramos lo bien que vivimos. Un brindis por tu tía y por tantas mujeres como ella.

    ResponderEliminar