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viernes, 12 de febrero de 2021

MI PRIMERA COMUNIÓN

Hice la primera comunión en el año 1950.Me cuesta mucho recordar, ya que ha pasado mucho tiempo desde aquel quince de mayo, cuando yo solo tenía nueve años, pero hay cosas en la vida que no se olvidan nunca. Recuerdo con gran tristeza ese día en que algunas de mis compañeras y amigas no pudieron hacer la primera comunión de blanco (como se decía entonces). Sus padres eran muy pobres,la mayoría de ellos trabajaba en el campo y no todos los días tenían trabajo; el día que llovía yno podían trabajar, no tenían ni para comer.En esa época de posguerra la vida en España era muy dura. Nosotros tuvimos mucha suerte, ya que mi padre trabajaba en Renfe y tenía un sueldo fijo y, aunque con algunas estrecheces, nunca nos faltó de nada. Mi traje de comunión me lo confeccionó una modista que solía venir a mi casa de vez en cuando. Le llamaban La Sorda, y no sé por qué, si oía perfectamente. Días antes de la fecha, mi madre llamó a una peluquera para que me hiciese la permanente, y no sé para qué, si yo siempre tuve el pelo rizado. En la víspera no pude conciliar el sueño, ¡estaba tan nerviosa! Como no había dormido, me levanté muy temprano; a las diez era la misa en la Iglesia de Santa María de la Mesa, en Utrera (Sevilla), la misma iglesia en la que me casé veinte años después de aquel día, con el amor de mi vida. Al llegar, todas mis compañeras ya estaban allí ocupando cada una su lugar. Entre ellas, en el primer banco, mi prima Ana Mari, que me había dejado un sitio a su lado. Al terminar la ceremonia nos llevaron al patio del colegio, donde todo estaba preparado para el desayuno: una largas mesas con manteles de papel blanco, unos platos con galletas y en el centro, presidiendo la mesa, una gran olla de aluminio llena de espeso chocolate caliente, que con gran cariño las maestras fueron sirviendo a las niñas. Una de las compañeras, sin querer, derramó su vaso con el chocolate y me manchó mi vestido: me puse a llorar amargamente, pero mi madre todo lo remediaba… Esa tarde estuvimos visitando a familiares, amigos y conocidos de mis padres. Era la costumbre. Al día siguiente teníamos que ir a Dos Hermanas en el tren para que nos viese parte de nuestra familia a mi prima y a mí. Más que para que nos viesen, la idea era que nos echaran dinero en la limosnera. Allí en su casa, nuestras tías prepararon una deliciosa comida para toda la familia y también para los vecinos más cercanos. Era costumbre en aquella época que los niños y niñas que habían recibido ese año la sagrada forma saliesen en la procesión del Corpus Cristi con los trajes de comunión. Ese día del Corpus mi hermana no dejó de llorar en todo el día, no había nada que pudiese calmarla, ella no podía comprender por qué no podía ir en la procesión conmigo si siempre estábamos juntas. A pesar de algunos contratiempos, fue maravillo aquel Día del Señor que nunca olvidaré. (Maruja. J. Galeote, 2021)

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