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jueves, 3 de diciembre de 2020

TRISTE NAVIDAD

Juan no dejaba de caminar: pasillo arriba, pasillo abajo. Algo no iba bien. Él conocía muy bien a su hija, sabía que era una chica responsable, así que un retraso así no era para estar tranquilo, ¡desde luego que no! “¿Dónde estará mi Juanita?”, se preguntaba una y otra vez. Hacía más de dos horas que había salido para ir al supermercado a comprar algunas cosas que faltaban para la cena de Navidad. Los hermanos y sobrinos de Juan habían venido desde Londres para pasar la Noche Buena en familia. Hacía más de cinco años que no se habían visto y todo estaba dispuesto para la gran noche. El comedor lucia espectacular: presidiendo la mesa, un centro de rosas rojas; guirnaldas de flores y hojas de acebo, por todo el comedor; los calcetines rojos, colgados de la chimenea. Todos habían colaborado para que no faltase de nada y fuese una noche muy especial. “¿Y si le ha pasado algo?”, exclamó Juan atormentado, con voz rota, rompiendo el silencio de los allí presentes. A ellos hacía largo rato que un mal presentimiento les rondaba por la cabeza. La abuela, sentada en la butaca de rejilla, dormitaba y, entre quejido y quejido, lanzó un profundo suspiro por respuesta que se convirtió en una expresión no verbal de un sentimiento compartido por todos. Sonó el timbre. Y todos, aliviados, corrieron hasta la puerta. Dos agentes uniformados les desearon buenas noches, solo por pura cortesía y educación. —¿Vive aquí Juanita Murillo? A Juan no le dio tiempo a reaccionar. El policía prosiguió: —Ha ocurrido un grave accidente en la A-30. Por desgracia no ha habido supervivientes.Todos quedaron paralizados por la trágica e inesperada noticia.

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