En
España, la vida era muy dura para las mujeres en aquella época, y aún más, para
las que éramos jóvenes, y pobres como yo.
Un
día, en la plaza del pueblo, escuché comentar a unos hombres muy bien vestidos
y educados, que en breve, unas fragatas saldrían del pueblo, del puerto de
Palos, con el fin de descubrir lo que había al otro lado del mundo, allí donde
se pierde la vista tras el horizonte.
No
me lo pensé. Al día siguiente, trece de Agosto, al amanecer era la salida. Me
levanté aún de noche, me puse las ropas de mi hermano pequeño y me dirigí al
puerto. Una vez allí, me colé en la bodega del barco, con mucho cuidado para no
ser vista. Ya en alta mar, el barco empezó a moverse sin piedad, todo se
desplazaba de un lado a otro. Lloré desesperada y grité invadida por el miedo.
Una
luz iluminó la estancia y pude verlo. Era alto, moreno, ojos azules como el mar
y espesa barba. Él estaba allí para calmar mi tristeza y desolación en la que
me encontraba.
Pensé
que al descubrirme se enojaría y me tiraría al mar. Pero no fue así. Se acercó
a mí, comenzó a hablarme dulcemente, sus palabras sonaron como bella melodía en
mis oídos.
No
tengas miedo Bella dama nadie sabrá que estas aquí, cada día bajaré a visitarte
para hacerme compañía, te traeré comida, agua y ropa limpia. Confía en mí. Yo
esperaba cada día con suma impaciencia su llegada, mi corazón se aceleraba al
sentir el chirrido de la puerta cuando venía a visitarme.
En
aquel lugar insólito pude vivir los momentos más apasionados y maravillosos de
toda mi vida. El amor verdadero, el que yo nunca había sentido por ningún otro
hombre.
Después
de muchos días de navegación, una fuerte voz se escuchó en cubierta.
¡¡Tierra
a la vista!!
Había un polizón a bordo...
ResponderEliminarUn abrazo.