Unas cuantas horas antes discutía con mi mujer. Nada extraño
ni grave en nosotros, últimamente siempre discutíamos. Si alguien nos hubiese
visto pensaría que estábamos al borde de la ruptura.
Pero nada más lejos de la realidad, a nosotros aquellas
tontas discusiones nos permitían que nuestra vida juntos fuera menos monótona y
aburrida, afianzando con más fuerza nuestro amor, después de tantos años de
matrimonio.
Eran las siete de la mañana. Pensé que pronto amanecería y
salí a la calle a tirar la basura y allí estaba ella, al lado de una harley sin
casco, insinuante y atractiva, con la melena al viento, mirándome fijamente con
sus ojos color azabache de mirada penetrante y seductora. Pasaban los segundos
y los minutos y no ocurría nada. Me hubiese gustado saber lo que estaba
pensando aquella diosa de cuerpo escultural, pero de sus labios insinuantes e
incitantes no salió nada, ni una sola palabra, cuando de repente deja la moto
aparcada y se acerca a mi lado, y regalándome una gran sonrisa, me dice: llevas
suficiente dinero, que ese hotel no es de los baratos. Yo... yo no te cobraré
nada, por ser la primera vez que voy contigo; pero... algún regalo me harás,
¿verdad?
Le doy la espalda. No podía creer lo que me estaba pasando y
camino como un autómata hasta el portal de casa, cierro la puerta y como si
hubiese visto al mismo Lucifer subo los escalones de dos en dos hasta el sexto
piso. Mi mujer me espera centrada en la cocina con una tostada y una taza de
café caliente sobre la mesa.
Sensata decisión ante una oferta así.
ResponderEliminarUn abrazo.