Nunca podré olvidar aquella noche de
hace algunos años. La noche estaba muy oscura y las calles desiertas, una
espesa niebla cubría las casas cercanas y el viento de poniente soplaba con
fuerza moviendo los cristales del ventanal. Me sentía muy cansada, me quité el
abrigo y los zapatos y fui hasta la cocina. El día había sido muy largo y el
trabajo agotador, toda la jornada la había pasado de pie tras el mostrador,
aguantando las indecisiones y estupideces de aquellas nuevas ricas que no
sabían en qué gastar el dinero, ganado por sus marido de forma fácil e ilegal.
Mi marido, aún no había llegado a
casa, así que con desgana me dispuse a preparar la cena de Navidad. Antes de
empezar con la tarea me senté y me serví una copa de vino blanco muy frío, se
deslizó por mi seca garganta dejando un agradable frescor y regusto en mi
paladar.
Esa noche no vendría solo, había
invitado a cenar: a su madre y a su única hermana solterona que nunca se
peinaba ni se quitaba los viejos vaqueros. A mí me odiaba, y yo no sabía por
qué. Tendría que fingir durante toda la velada a lo que yo no estaba dispuesta.
Despacio subí las escaleras hasta el dormitorio, me metí en la cama y me arropé
hasta la cabeza.
A él le gustaba cuando llegaba a casa
que todo estuviese a punto, esa noche no sería posible, porque yo no pensaba
salir de la cama. Si querían la cena de Navidad en la mesa la tendrían que
preparar ellos mismos, yo no estaba dispuesta a seguir siendo la asistenta de
la casa.
Nunca olvidaré aquella noche en la
que me quité la careta para siempre.
Creado por: Maruja. J Galeote.
Haya veces que se toman decisiones que no gustan, pero que son las correctas.
ResponderEliminarUn abrazo.