Siempre que veo a un submarinista que viene con el
arpón para atrapar a un pulpo despistado, me pongo a cubierto rápidamente: me
oculto entre las rocas más cercanas, agito la tierra con mis ocho tentáculos y
cambio de color para no ser visto.
Ese día me cogió desprevenido, me enganchó por uno de los tentáculos y me llevo hasta la orilla aún con vida. Al ver la lumbre encendida pensé lo peor, “iré derecho a la hoguera, tienen cara de hambre”. Pero no fue así. El más pequeño de los allí presentes desengancho el anzuelo y me zambullo en un cubito lleno de agua. Papa, papa este pulpo es distinto a todos los demás, lo llevamos a casa y lo metemos en la pecera, es pequeño y tiene un bonito color.
Ese día me cogió desprevenido, me enganchó por uno de los tentáculos y me llevo hasta la orilla aún con vida. Al ver la lumbre encendida pensé lo peor, “iré derecho a la hoguera, tienen cara de hambre”. Pero no fue así. El más pequeño de los allí presentes desengancho el anzuelo y me zambullo en un cubito lleno de agua. Papa, papa este pulpo es distinto a todos los demás, lo llevamos a casa y lo metemos en la pecera, es pequeño y tiene un bonito color.
Así fue como me libré de una muerte segura, aquel niño me
salvó la vida, y no acabé en los estómagos de aquellas personas hambrientas.
Ingenuo, espera a que seas grande.
ResponderEliminar