Tan solo tenía quince años y él veintidós cuando lo
vi por primera vez.
Me encontraba en el andén de aquella estación
sentada en un banco cuando lo vi bajar de aquel tren. Su aspecto me llamó la atención;
era alto, delgado con un fino bigote que dejaba entrever una sensual sonrisa
picarona. El traje blanco con galones dorados en la pechera, y la gorra de
plato le hacían aún más atractivo si cabe.
Lo miré a hurtadillas pero él se percató que yo lo
estaba mirando y con una desenvoltura
propia del que ya ha corrido muchos “maratones” se dirigió al banco
donde me encontraba y se sentó a mi
lado, con melodiosa voz se dirigió a mí
con unas bonitas y delicadas palabras
que hoy, con el paso del tiempo, me son difíciles de recordar. Buscó mi mirada,
y yo, pobre de mí, la esquive avergonzada, en tanto un escalofrío recorría mi
cuerpo.
Él no dejaba de hablar de su vida, y yo lo
escuchaba. Se encontraba haciendo las milicias en el Buque Juan Sebastián El
Cano, en la ciudad de San Fernando (Cádiz), estaba allí de paso, tenía que hacer trasbordo y aún faltaban tres horas
para que saliese el próximo tren.
Poco a poco fui perdiendo la timidez que me
embargaba, sin reparos le conté parte de mi vida; una familia desestructurada
con una madre yonki y un padre alcohólico. Al recordarlo no pude evitar que unas
lágrimas resbalaran por mis mejillas. Cogió mi mano y la apretó con suma
ternura, lo miré y vi en sus ojos color miel un mundo de estrellas que surgían
de su interior.
El tiempo pasó de prisa sin ni siquiera darnos
cuenta. El silbato de la máquina de vapor nos hizo volver a la triste realidad.
El tren emprendió la marcha hacia su destino y nunca más lo volví a ver.
Creado por: Maruja. J. Galeote.
Creado por: Maruja. J. Galeote.
Encuentros inesperados que marcan una vida. Siempre pasan trenes sin que los tomemos una y otra vez, sin apreciar que cambiarían nuestra historia
ResponderEliminarEs bonito rescatar momentos así.
ResponderEliminarUn abrazo.