Había oído que le gustaba manosear a las pacientes. No lo
creí. Tenía que ir a su consulta en unos días y mi marido me sugirió que no
fuese sola, así que me acompañó mi hija
pequeña.
Me senté en el sillón un poco preocupada e incómoda, tanteo
la muela que tenía en mal estado y sin mediar palabra comenzó a palparme el
cuello, el pecho derecho y el izquierdo. Se encontraba excitado, ansioso… Un
sudor frío inundaba mi cuerpo, estaba aterrada. Aproximó su repulsiva boca a mi
oído y dijo:
—Es por si tiene usted los ganglios inflamados. – se excusó.
De un salto me levanté cogí a mí niña de la mano y salimos.
Ya en la calle mi hija me dijo:
—Mamá, mamá te ha tocado las tetas.
Ante la duda, a veces es mejor cambiar de dentista
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