SALVADOR VARO 2011 --- 3º PREMIO DE REDACCIÓN.
Parecía que el tiempo no había pasado; sí, hacia diez largos años que mí querido Juan me había dejado para siempre. No quería pensar, me ahogaba la tristeza cuando sentía dentro de mi alma la falta de su cariño y compañía. A pesar de ello me sentía bien, me había acostumbrado a vivir en soledad.
Tenía las flores y los cuatro pájaros que él dejó, ellos me hacían sentirme menos sola, me tenían ocupada casi todo el día, y conseguían que fueran menos tristes y llevaderos los largos días de invierno.
No salía mucho de casa, no tenía necesidad, pasaba el tiempo de aquí para allá, sólo por las mañanas para ir a misa de ocho y comprar el pan en la tienda de Benita que estaba en la otra esquina de la calle; así podía charlar un rato con las vecinas de lo que acontecía en el barrio y enterarme de algún que otro cotilleo.
Uno de los domingos que vinieron mi hijo y mi nuera a visitarme, y estando yo en la cocina, los oí cuchichear entre ellos. Cuando llegué al salón, mi hijo dijo en voz baja y un poco temblorosa:
—Mamá, hemos pensado…que deberías rellenar los papeles para poder ingresar en una residencia.
— ¿Qué te parece? —dijo mi hijo dirigiendo su mirada hacia mí esperando una respuesta.
— ¿Qué te parece? —dijo mi hijo dirigiendo su mirada hacia mí esperando una respuesta.
No contesté, sólo asentí, con una mueca de tristeza que me surgió del alma.
—Allí estarás más acompañada— manifestó mi nuera intentando justificarse, apretando el bolso sobre la falda. ¡¡No se le fuese a escapar!!
Ya estaba todo decidido, y yo, no podía hacer nada para impedirlo.
Aquella mañana dejé los pájaros a mi vecina y regué las plantas para que no se secasen, ¡Qué ilusa! Aún creía que algún día volvería otra vez a mi casa.
La fachada de la residencia tenía aspecto diabólico. La calle se hallaba abarrotada de coches, ni un solo hueco libre para poder aparcar. Mi nuera se tuvo que subir a la acera para que yo pudiese bajar la
maleta. Antes de volver a poner el coche en marcha bajo la ventanilla, dijo:
maleta. Antes de volver a poner el coche en marcha bajo la ventanilla, dijo:
—El domingo venimos a verte—y arrancó el coche como alma que lleve el diablo…
Al principio me encontraba mal, no conocía a nadie, echaba de menos mi casa, los pájaros y mis plantas. Pasé muchas noches si poder dormir pensando en ellos, así que aquella mañana llamé a mi hijo y le dije que quería volver a mi casa, a lo que él me respondió con evasivas.
—Cuando vaya el próximo día te llevaré un ordenador— ¡qué estupidez!, para que quiero yo ese extraño aparato, no sé, cómo funcionaba ni para que sirve…
No fue tan difícil, gracias a Carlos, un chico alegre y desinteresado que acababa de terminar sus estudios de informático, que generosamente y sin ningún ánimo de lucro se había comprometido con el director de la residencia a enseñarnos a manejar aquel extraño aparato. Nunca podré agradecerle su paciencia y tesón con que nos trató, en todo momento a cada uno de nosotros. Me equivoqué al pensar que nunca aprendería a utilizar un ordenador. En poco tiempo aprendí a escribir textos,
mandar correos, chatear… hice infinidad de amigos muy importantes para mí, entre ellos uno muy “especial” que me hacía reír, soñar y sentirme viva como hacía mucho que no me había sentido desde que el amor de mi vida me dejó para siempre. Mi amigo especial, Javier, que así se llamaba, un día me mandó un mensaje inesperado y maravilloso. Las lágrimas no me dejaban ver lo que estaba leyendo, las letras se juntaban unas con otras como en un baile sin fin. Me quedé atónita, al leer aquellas pocas palabras que encerraban tanto significado para mí. ¡¡Me amaba!! No podía vivir sin tenerme a su lado. Sería posible que mi desdichada vida pudiese cambiar tanto gracias al ordenador?…
mandar correos, chatear… hice infinidad de amigos muy importantes para mí, entre ellos uno muy “especial” que me hacía reír, soñar y sentirme viva como hacía mucho que no me había sentido desde que el amor de mi vida me dejó para siempre. Mi amigo especial, Javier, que así se llamaba, un día me mandó un mensaje inesperado y maravilloso. Las lágrimas no me dejaban ver lo que estaba leyendo, las letras se juntaban unas con otras como en un baile sin fin. Me quedé atónita, al leer aquellas pocas palabras que encerraban tanto significado para mí. ¡¡Me amaba!! No podía vivir sin tenerme a su lado. Sería posible que mi desdichada vida pudiese cambiar tanto gracias al ordenador?…
¡ Qué texto más dulce !...me ha gustado mucho...vaya...me ha emocionado...
ResponderEliminarMis cariños y buen fin de semana :)
!!!!Que bonito¡¡¡¡
ResponderEliminarMe ha parecido un relato tierno y positivoa la vez,pero a mi no me sacan de mi casa con tanta facilidad, !!!los
desheredo a todos y se lo dejo todo a ROSITA.
Tu amiga CONSUELO
Muy tierno, me ha emocionado. Un abrazo.
ResponderEliminarMaruja, con asiduidad visito tu blog, al que le tengo puesto un enlace en el pilarico y disfruto leyendo tus relastos.
ResponderEliminarSaludos
Hola Maruja,me ha gustado mucho tu releto.
ResponderEliminarFeliz Domingo.
Saludos.
Hola Maruja, tus relatos llegan a tocar los sentimientos de todos.
ResponderEliminarTienes las palabras adecuadas para describir cualquier situación o vivencia con sencillez y al mismo tiempo con mucha profundidad.
Eres grande como persona y todo lo que tocas lo conviertes en obra de arte.
!!ENHORABUENA!!
Un beso Nieves.
Enhorabuena Maruja por el segundo premios del Certamen de Relatos, a ver si lo publicas en tu blog
ResponderEliminarJope mamá, no dejas de sorprenderme. Escribes de dulce. Una cosa más...,¿no seré yo el hijo al que te refieres en el relato?. tq
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