No se podía estar dentro de la casa, me asfixiaba, así que me eché un poco de agua en la cara y me dirigí hasta a la plaza para poder tomar un poco el fresco bajo la sombra de los árboles. Vi llegar al cura del pueblo detrás de los postigos rojinegros. El sol caía a plomo; Caminaba tambaleándose, sus pequeños ojillos azules enrojecidos y la mirada perdida en el horizonte como una barca a la deriva.
No hacía mucho que lo habían destinado, así que era un desconocido entre los feligreses de la comarca. Me sorprendió que el sacerdote estuviese allí, a esa hora de la tarde con tanto calor.
Una mujer muy mayor vestida de negro con un pequeño moño en la nuca se sentó a mi lado. Yo me hallaba aletargada. La mujer se mantuvo en silencio unos minutos. Más, de pronto, dirigiendo la mirada hacia mí y elevando la voz, preguntó, curiosa, con intención maligna y malsana:
— ¡Está borracho!, ¿verdad? —su voz retumbó en mis oídos como un proyectil, que va directo al objetivo.
Clavé la mirada en su oscuro y arrugado rostro, con rabia por lo que acababa de oír.
— ¿Cómo puede usted hablar sin saber, señora? —le respondí furiosa.
— El padre ha estado muy enfermo, en comunión con la muerte, hace solo unos días ha pasado por el duro trance de enterrar a su madre.
Maruja,cuanta razón en tu relato, no hay que juzgar a las personas a primera vista, habrá que pensar antes de lanzarse al cacareo. Un gran abrazo. ANTOÑITA.
ResponderEliminarHola Maruja, precioso relato.
ResponderEliminarEl mundo sería difetente si hubiese más comprensión a la hora de emitir juicios.
Un beso Nieves.
Hola muy bueno tu relato, nos hacemos juicios ante de conocer a las personas y juicios a veces temerarios, eso nos debería hacer pensar a todos. besos.
ResponderEliminarMi modista favorita (y eso que mi abuela paterna era la mejor sastra del pueblo) se resiste al silencio y teje y desteje el ovillo de sus ensoñaciones, misterios y recuerdos. Adelante, Maruja.
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