Los primeros rayos de sol apuntan
por el horizonte de esta mañana de otoño.
Me he puesto la bata y he salido
al balcón al escuchar el repiqueteo de las campanas de la iglesia llamando a
misa a los más madrugadores feligreses.
La calle está desierta, se rompe un poco
el mutismo, por el paso de un que coche o por algún que otro transeúnte
que deambula por la acera, tirando de la correa de su perro. Las persianas de
los pisos adosados están bajadas,
completamente cerradas y eso que son ya las 8:30 de la mañana y no se percibe
ningún movimiento. El colegio que hay enfrente esta despoblado, no se oye el
guirigay de las madres en la puerta de entrada, ni se ven las mochilas por el
suelo, ni los niños jugando a la pelota esperando que suene la campana para
entrar a las clases. De la cercana cafetería Toledo, ( La de mi amiga M. Cruz) se
expande un agradable y aromático olor a café recién hecho, y a masa frita que
despiertan mis glándulas gustativas. Desde la cocina proviene un duce voz, que
me hace volver a la realidad por unos instantes.
Cani, Cani , las tostadas se
están enfriando.
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