Juanita tenía tan solo once años, aunque en la
época de la posguerra ya era alguien que podía ayudar llevando a casa un
pequeño jornal. Así, la familia tenía una boca menos que alimentar. Su madre
había parido ocho hijos y eran muchos para comer y vestir.
Era una chica despierta, alegre, divertida,
fuerte de carácter, con unos enormes ojos verdes y largas pestañas… Pero al
mismo tiempo, era frágil, vulnerable... "poquita cosa”. Pero su afán por
trabajar y superarse era grande.
Le dieron empleo
en una de las casas más grandes y lujosas del pueblo, en la que vivían unos de
los señores más ricos y poderosos de toda la comarca. Era una suerte, un gran
privilegio para la mayoría de las jóvenes de aquella época tener trabajo y
poder comer todos los días un plato de comida caliente. El trabajo en aquella
casa era muy duro y agotador y ella tan solo era una niña para tener que llevar
tan pesada carga.
Se levantaba con
los primeros rayos del sol y se acostaba cuando la luna hacía su presencia. Tan
largas jornadas de trabajo la dejaban extenuada, no tenía tiempo para jugar con
las amigas, y por supuesto, tampoco para asistir al colegio… Era una de las
cosas que más le dolía: el no poder aprender a leer ni a escribir.
Su trabajo
consistía en barrer la acera de la calle y dar brillo a la puerta principal,
limpiar la plata y el juego de café de cerámica inglesa, que estaba custodiado
dentro de la vitrina del lujoso comedor. Sacaba las pequeñas piezas una a una y
las limpiaba cuidadosamente con una bayeta hasta que brillaban como un espejo
puesto al sol.
Una mañana,
cuando limpiaba el juego de café, una tacita de cerámica inglesa se le resbaló
de las manos estrellándose contra el suelo. Se hizo añicos. El estruendo alertó
a la señora que salió dando gritos por el pasillo, histérica, al comprobar
tamaña torpeza... Juanita muy asustada por la reprimenda no podía controlar las
lágrimas que brotaban de sus ojos, entre gemidos y disculpas recogía
arrodillada cada uno de los trocitos de la tacita que iba envolviendo uno a uno
en un papel de periódico.
La pobre niña no
pudo dormir aquella noche, atenazada por el miedo, pensando que al día
siguiente la señora le dijese: ya no vegas más, eres una inútil, no sirves para
nada….
Y llegó el
ansiado fin de mes, el día en que esperaba impaciente recibir el sobre con el
miserable y mezquino salario. La niña, se mordía las uñas y retorcía las manos
una contra otra, con la ilusión de llevar a casa el dinero ganado durante todo
el mes. No lo quería para muñecas, ni cromos, sólo para un poco de pan y
un trozo de tocino añejo. Si había suerte sus hermanos ese día podrían comer
algo.
Y como si se
tratase de una película con un triste final, la señora, con gesto despectivo y
desagradable extendió la mano y le entregó un pequeño paquete alargado envuelto
en papel de periódico.
—Toma y no vuelvas más por aquí, no sirves
para nada, eres una inútil.
No respondió. Bajó la cabeza y apretó con fuerza
las manos hasta clavarse las uñas en las palmas. Emprendió el camino en
solitario por la Rambla de las Brujas hasta su casa. El viento bajaba de Sierra
Nevada, clavándose como un puñal frío en su débil y famélico cuerpo.
-¿Qué podría contener aquel pequeño paquete?-
se preguntaba.
Al abrirlo, un escalofrío recorrió el frágil
cuerpo de Juanita. Se quedó muy triste al comprobar su contenido.
No era dinero, ni tocino, ni algo parecido, era la tacita de loza hecha
añicos envuelta en una hoja de papel de periódico.
Sus ojos se humedecieron y una brisa perfumada y
fría besó su rostro infantil. Apretó contra su pecho la rebeca de lana
desgastada de su hermana mayor y entre sollozos siguió caminando… ¿qué podía hacer
una niña con tan solo once años? Llorar. Pero pronto se sobrepuso. Juanita era
valiente y decidida.
-Mañana iré a la monda con mi padre. No
importa que mis manos se lastimen y ennegrezca con el tizón o se abrasen con el
fuego. Al menos estaré libre en el campo como los pajarillos que rebuscan su
ración de comida entre las cañas. Y sobre todo seré libre, ¡libre! ¡Lucharé con
todas mis fuerzas y seguiré adelante con mi libertad por delante!
Era ya noche cerrada. De la Torre del Cerro
cayeron once campanadas.
Creado por Maruja. J. Galeote.
Creado por Maruja. J. Galeote.
1º Premio del certamen de relato 2015 "Servador Varo"
Un bonito relato.
ResponderEliminarAbrazos.
Me parece un relato precioso Maruja, bien detallado y escrito desde el sentimiento. Un fuerte abrazo y buen fin de semana. @Pepe_Lasala
ResponderEliminarGracias Pepe por tus palabras.
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