En
estos días donde el sol se esconde antes, la noche se alarga, la actividad
decrece y la soledad aumenta, te añoro, madre. Al ver caer las hojas amarillentas
de los árboles sobre el follaje, en este frío banco del parque, me embarga la
nostalgia: ciento cómo la brisa, convertida en carcoma, se aferra a mi piel, me
despeina el alma. Hoy he vuelto a vislumbrar tu faz que se enmaraña entre los
entresijos de mi mente, como imagen reflejada en las aguas tranquilas del río.
Hoy resuenan en mis oídos las palabras, las cosas que tenía que haber dicho y
no te dije: La ternura que sentía al acariciar tu pelo plateado como una noche
de luna, cómo mi corazón latía al besar tus manos trasparentes y arrugadas
por el paso del tiempo, cómo me dolían los frunces profundos de tu rostro, por
los secretos que se ocultaban en cada uno de ellos: dolor, hambre,
tristeza, miseria…momentos imborrables vividos cada día de tu vida.
Pienso
que el tiempo todo lo cura, pero siempre deja una pequeña cicatriz imposible de
eliminar. Siento en lo más profundo de mi alma, con infinita tristeza, el no haberte dicho lo mucho que te quería. ¡¡¡Madre!!!