Seguidores

domingo, 24 de abril de 2011

EL SECUESTRO


Sobre la mesa de la terraza del bar una copa de vino color rojizo como la sangre. Mis labios han rozado sutilmente el frío borde  de la copa, y he sentido en mí interior el caos de una noche negra de tormenta. El olor a tierra mojada, me ha traído recuerdos lejanos de otra época de nuestra vida; sus chistes, sus bromas, todo me alegraba. Lo que ha  sucedido entre nosotros, hoy no tiene mayor importancia. Discutimos por una sandez. Sólo  ha sido un mal entendido por mi parte. Cuando vuelva le pediré disculpas y todo se aclarará. De la mesa de al lado, llega a mis oídos parte de una conversación intrigante. Algo inaudito, aterrador…
—El secuestro será mañana a la hora del recreo—Ordena el hombre de pelo largo y rizado a su interlocutor.
—No puedo hacerlo.
—Sí, si que puedes, y lo harás. No hay vuelta atrás.
—Llevará un chándal azul y una mochila de rayas.
—¡¡No!! No podré, es solo un niño.
Desde mi altozano un diálogo pillado al azar, se  ha originado este increíble y aterrador suceso. ¿¡¡ Que puedo hacer!!?...
 

miércoles, 13 de abril de 2011

EL BLOSO DE LA ABUELA

 Subí al desván a buscar algunas cosillas para poder disfrazarme para la fiesta de mayores que hacen cada año por Navidad. Al abrir el viejo baúl, lo primero que ví fue el  bolso de flores con asas de madera  que tantas veces había visto llevar a mi abuela. Los recuerdos de la infancia se habían instalado en mi mente por unos instantes.
—Levanta cariño, vamos a casa de la abuela — susurró mi madre con voz suave…
Cada año desde que murió el abuelo íbamos al pueblo a recogerla para que pasara con nosotros esos días tan señalados.
Al salir a la calle el frío de la mañana me hizo estremecer. Subí rápidamente al coche y me enrosqué en el asiento trasero como un pequeño ovillo peludo, cerré los ojos y me quedé adormilada durante todo el trayecto.
La abuela nos estaba esperando en la puerta. Estaba muy guapa. El día anterior le habían hecho la permanente y quitado los pelos de las piernas.
Yo observaba sus lentos movimientos desde la puerta del dormitorio. Del viejo  armario sacó un bolso de flores difuminadas con asas de madera oscura: metió en él unas enormes bragas blancas de cuello vuelto y una bolsa de plástico, en la que fue metiendo algunas medicinas.   
La abuela dormitaba en el asiento delantero al lado de mi madre, con sus arrugadas manos apretaba el bolso de flores, como si de una reliquia se tratase. Yo no podía estar quieta, subía y bajaba del asiento continuamente…
— ¿Quieres un poco de turrón? ¡¡¡ A ver, si te calmas de una vez!!!
En ese mismo instante mi abuela volvió al mundo de los vivos…
—Yo también quiero un trozo—reclamó, con voz soñolienta.
De pronto: ¡¡Maldición!! El grito de la abuela retumbó como un trueno en mitad de la noche. Al ver a mi abuela con la dentadura en la mano partida en dos, una risa histérica y descontrolada  se apoderó de mí. No podía parar de reír, no podía, por más que lo intentaba. La abuela comenzó a llorar desconsolada, y mi madre, se enfadó mucho por mi mal comportamiento.
Han pasado los años y aún no puedo evitar una triste sonrisa al recordarlo. Solo que ahora lo veo de forma diferente: no quisiera ni por un momento que eso mismo me pudiese pasar a mí…