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viernes, 9 de marzo de 2012

INCENDIO EN LA COCINA



Era una mañana de sábado muy parecida a la de otro sábado cualquiera. El sol lucía esplendoroso a esa hora del mediodía. En una silla de la cocina, donde me encontraba sentada,  podía ver la ropa blanca colgada del tendedero y deleitarme con su  perfumado y agradable olor a limpio.
Todo estaba preparado: el pollo en salsa, las almejas al vapor y la ensalada. La mesa luce los platos y los cubiertos de los días festivos. Todo está  listo, solo freír las patatas, antes de que ellos lleguen, así que puse la sartén en el fuego y accioné el extractor. Sentí  la apremiante necesidad de ir al baño; al salir, me asomé a la habitación donde se encuentra el ordenador y me fijé en la pequeña pantalla. El profesor de Escritura Creativa me había mandado un mensaje que estaba esperando desde hacía unos días, era referente al libro que pensamos publicar.
Me encontraba absorta en la lectura cuando entró por la puerta un fuerte olor a madera quemada y un denso humo negro que me sobresaltó. Grité aterrada, no sabía lo que estaba pasando en la cocina.
— ¡Cani, Cani! Grité aterrada muerta de miedo.  No sabía dónde se encontraba mi marido.
—¡¡¡Rápido, Rápido!!! Grité.
—Algo se está quemando, coge el extintor.
Mi marido, al otro lado de la cocina, intentaba poner en marcha el extintor para aplacar el fuego pero hacía años que no se había revisado, así que no funcionó. Las llamas se habían apoderado de mi cocina; desesperada, intenté apagarlo. Fui al baño, cogí una toalla de las más grandes y la lance con fuerza, intentando apagar aquellas terribles llamaradas. No lo conseguí, el fuego se reavivó con más virulencia. El denso humo no me dejaba respirar.
Me encontraba fuera de mí: lloraba, gritaba, estaba muy asustada. El fuego reventó el techo de escayola y los cables del  extractor parecían los fuegos artificiales de una noche de Fin de Año.
Mi hija y mis dos nietas se encontraban al otro lado de la puerta de entrada muy asustadas, mis nietas lloraban y mi hija pulsaba el timbre con impaciencia, golpeando la puerta, pues no sabían qué nos estaba pasando. Solo veían salir el negro humo por las rendijas y el fuerte olor a quemado. No podía creer lo que esteba sucediendo; sentía que estaba viviendo una terrible pesadilla, de esas de las que quieres despertar para comprobar que no es cierto lo que te está pasando.
 No sé,  si fue la Divina Providencia o mis desesperadas plegarias las que hicieron que tropezara con el cubo de la fregona que se encontraba lleno de agua al lado de la puerta de la cocina. Lo cogí con todas mis fuerzas y lo alcé sobre aquellas malditas llamas que pretendían devorar mi casa.