Por supuesto, sobra decir, no era necesario ningún evento especial para contratar una modista, solo tenías que llamarla por teléfono o verla coser en otra casa para que viniese a la tuya a confeccionar los vestidos, cortinas, faldas… incluso forrar los sofás, ya deteriorados por el paso del tiempo.
En la fecha acordada, un día de la semana la modista llegaba a casa de la clienta donde era recibida con gran entusiasmo y satisfacción; había llegado el día que tocaba coser. La máquina estaba preparada: las telas sobre la mesa, al lado del costurero; durante toda la jornada ella se dedicaba a medir, cortar, hilvanar, pespuntear…