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martes, 9 de noviembre de 2010

DON RAMIRO


Don Ramiro había vivido desde pequeño en aquel pueblo perdido entre altas y oscuras montañas; sólo salió de él para poder estudiar la carrera que más le gustaba, medicina. En cuanto le fue posible regresó a buscar sus raíces y estar cerca de los suyos. Su profesión le había dado la oportunidad de estar siempre en contacto con cada uno de ellos. Todos le respetaban: tanto niños como mayores, por su buen hacer y sus desvelos constantes.

Destacaban en él, tras sus gafas “de culo de vaso”, unos minúsculos y vivarachos ojillos azules. Caminaba erecto, siempre impecable, con un ridículo traje gris de alpaca y un chaleco muy ajustado con grandes rayas. La corbata negra mal anudada que parecía salir corriendo, y escapar de su consumido cuello. En uno de los bolsillos del chaleco un singular reloj de larga cadena plateada que siempre llevaba consigo.

Aquella tarde del mes de noviembre, después de pensarlo mucho, decidió ir al cementerio para visitar la tumba de su querida esposa. Se encontraba abatido y exhausto después de tan larga caminata; como el guerrero que ha perdido la batalla, se sentó en un pequeño banco de madera, y con gesto dolorido enlazó las manos sobre su maltrecho corazón. Todo se encontraba en el más absoluto silencio, roto a veces por el cimbrear de los árboles casi desnudos y el oscilar de las hojas muertas sobre la fría tierra del campo santo.

No conseguía recordarla por más que lo intentaba, ella se había difuminado en su mente. ¿Cómo era?, ¿Cómo se llamaba?, se preguntaba, una y otra vez sin conseguir recordar.

Cuando iba hacia su casa se quitó los anteojos para limpiar los vidrios empañados, casi no lo dejaban ver el camino; no, no eran los cristales… un torrente de lágrimas brotaba de sus cansados ojos.

2 comentarios:

  1. Maruja, cuantos don Ramiros nos harian falta para que atendieran nuestros males, de la clase que fueran. Un abrazo ANTOÑITA.

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  2. Hola Maruja:
    Relatos que de tu mente brotan como manantiales, cada uno de ellos nos hace pensar !cuanta verdad hay en sus historias! relatos que llegan al alma.
    Un abrazo Nieves.

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